30-07-2016, 08:50 PM
Voy a tratar de describir lo menos posible todo lo que ocurría fuera de mí, así que si quieren saber algo más lo preguntan después del reporte. Sólo voy a dejar el disco que me acompañó durante ese momento.
La realidad se deforma gradual pero rápidamente. Los colores toman fuerza. Una paz me inunda mientras me sumerjo en un lago de fractales. Las ideas, los sentimientos, los actos, el nacimiento de mundos, el apareamiento de animales, ese café que tomaste una tarde lluviosa al resguardo del frío, todo proviene de lo más puro y abstracto, las formas. La geometría en conjunto con los colores (es decir, la representación que le damos en nuestro cerebro a las ondas electromagnéticas de cierto rango del espectro energético) son la base de la existencia, eternamente danzando y desfilando para tomar el sentido correspondiente. Ya me mostraron su naturaleza el tiempo suficiente, por lo cual su próximo paso es ocultarse en algún ribete de la matriz.
Siguen ahí, porque puedo sentir su energía. Ya no la canalizan en su forma visible más pura ya mencionada, sino que dirigen su foco hacia el cuerpo. El cuerpo como ancla y como antena al mismo tiempo. Recibe energía de las unidades elementales de la infinidad del espacio. La energía no puede quedarse aquí, debe circular. Llega en carácter corpuscular, infundiéndome y buscando mi movimiento, y en ese movimiento se despide en carácter ondulatorio.
Sin embargo, las formas y la energía son sólo subordinadas de algo. Imitan a su creador, pero éste se encuentra decenas de órdenes de magnitud más arriba. Ambas representaciones advierten esto, aunque cualquier tipo de preparación es en vano. Éste decide acercarse, y la sola idea de hacerlo es suficiente para detener el mundo. En ese instante congelado no existe el miedo. No hay forma de que exista, sabiendo quién está en camino. La incertidumbre es similar, pero está bañada en armonía.
Nada existe. Todo existe. Él está acá, conmigo. No hay forma de resistirse, su sola presencia paraliza, ilumina y llena de gracia. Se acerca rápidamente, y provoca una expansión de todo el espacio hasta el punto en el que todo es de magnitud infinitamente extensa. Sin llegar a tocarme se acerca cada vez más. Metros, centímetros, milímetros, micrones, nanómetros. Cada orden de magnitud significa otra ola de virtud y solemnidad.
Lo único que queda en mí es amor. Amor para todo el mundo. Nunca es suficiente, pero es amor, así que siempre es suficiente. No es algo que deba quedar en mí, sino que todos lo merecen.
La realidad se deforma gradual pero rápidamente. Los colores toman fuerza. Una paz me inunda mientras me sumerjo en un lago de fractales. Las ideas, los sentimientos, los actos, el nacimiento de mundos, el apareamiento de animales, ese café que tomaste una tarde lluviosa al resguardo del frío, todo proviene de lo más puro y abstracto, las formas. La geometría en conjunto con los colores (es decir, la representación que le damos en nuestro cerebro a las ondas electromagnéticas de cierto rango del espectro energético) son la base de la existencia, eternamente danzando y desfilando para tomar el sentido correspondiente. Ya me mostraron su naturaleza el tiempo suficiente, por lo cual su próximo paso es ocultarse en algún ribete de la matriz.
Siguen ahí, porque puedo sentir su energía. Ya no la canalizan en su forma visible más pura ya mencionada, sino que dirigen su foco hacia el cuerpo. El cuerpo como ancla y como antena al mismo tiempo. Recibe energía de las unidades elementales de la infinidad del espacio. La energía no puede quedarse aquí, debe circular. Llega en carácter corpuscular, infundiéndome y buscando mi movimiento, y en ese movimiento se despide en carácter ondulatorio.
Sin embargo, las formas y la energía son sólo subordinadas de algo. Imitan a su creador, pero éste se encuentra decenas de órdenes de magnitud más arriba. Ambas representaciones advierten esto, aunque cualquier tipo de preparación es en vano. Éste decide acercarse, y la sola idea de hacerlo es suficiente para detener el mundo. En ese instante congelado no existe el miedo. No hay forma de que exista, sabiendo quién está en camino. La incertidumbre es similar, pero está bañada en armonía.
Nada existe. Todo existe. Él está acá, conmigo. No hay forma de resistirse, su sola presencia paraliza, ilumina y llena de gracia. Se acerca rápidamente, y provoca una expansión de todo el espacio hasta el punto en el que todo es de magnitud infinitamente extensa. Sin llegar a tocarme se acerca cada vez más. Metros, centímetros, milímetros, micrones, nanómetros. Cada orden de magnitud significa otra ola de virtud y solemnidad.
Lo único que queda en mí es amor. Amor para todo el mundo. Nunca es suficiente, pero es amor, así que siempre es suficiente. No es algo que deba quedar en mí, sino que todos lo merecen.