06-05-2020, 12:16 PM
Tres tipos de uso de los enteógenos
Hojeando la vasta literatura disponible sobre los enteógenos, puede extraerse la conclusión de que desde tiempos remotos estas sustancias han venido empleándose en tres tipos de quehaceres del ser humano, tan básicos como el aspecto lúdico, el terapéutico y el ámbito espiritual.
El uso lúdico
Por aspecto lúdico nos referimos al gozar de la experiencia/existencia, del compartir un espacio mágico de tiempo con personas próximas, el contemplar una puesta de sol o un amanecer, una lar de fuego o escuchar música reposada. Este tipo de experiencias suelen llevarse a cabo con una dosis de hongos más pequeña que en las experiencias de tipo terapéutico o místico, pues con dosis medias o altas es difícil él poder mantener una mínima coordinación del cuerpo, seguir una conversación amigable o simplemente contemplar con serenidad un paisaje natural.
Aunque suele suponerse que este tipo de experiencias suelen llevarse a cabo sólo entre individuos de cultura occidental, Jonathan Ott ha comentado que en sus viajes enteobotánicos varios ‘chamanes’ le han confirmado que ellos también usan los enteógenos con propósitos similares, sin más intención que compartir un espacio común, sin tener en estas sesiones intenciones terapéuticas o religiosas.
El empleo terapéutico
En cuanto al uso terapéutico cabe distinguir entre la visión que de este tiene el mundo arcaico y la que encontramos en el mundo moderno. En la concepción chamánica del mundo los desarreglos en la salud de las personas siempre vienen ocasionados por una falta de harmonía entre el ser y el entorno –o si se quiere, entre la persona y su propio centro psíquico-. El papel del chamán –que suele ser el participante que ingiere la sustancia- será el tratar de utilizar el estado ampliado de consciencia para entrever los motivos que han llevado al enfermo a su estado de desarmonía actual. Ya sean hechizos de otros chamanes, o traiciones a la propia palabra, inobservancia de tabúes de su sociedad o inadecuaciones a un nuevo entorno, el chamán, mediante cantos, invoca a sus espíritus aliados y obtiene un diagnóstico para tratar esta enfermedad. Mediante rituales y plegarias, aspirando el mal del cuerpo del paciente, recetando las plantas medicinales apropiadas, ofrecerá el veredicto que del mundo espiritual le arribe.
Si en el mundo arcaico es el chamán que ingiere el preparado enteogénico, en la práctica de la psicoterapia con psiquedélicos en el mundo occidental es el ‘paciente’ quien atravesará la experiencia. Este diferencia tan curiosa viene ocasionada por varios motivos. El primero de todos puede ser la interrupción del uso y el conocimiento de los enteógenos por la cultura occidental, un olvido que ha permitido redefinir su empleo una vez estas plantas han vuelto a la actualidad. Así, el traslado de la población a núcleos urbanos, alejados del entorno natural de bosques y selvas, en las que es más propicio el recrear un universo de espíritus y establecer contacto con los mismos, ha perdido este contacto; otro motivo puede ser el empleo de sustancias químicas 'neutras', en vez de plantas como el peyote, San Pedro, hongos o la ayahuasca, que en las culturas arcaicas se les atribuía un espíritu que participaba en la sesión, guiando al chamán. Un tercer motivo para tal diferencia puede ser la base filosófica sobre la que se ha asentado la psicología: a finales del XIX y principios del XX se creó el concepto de la mente inconsciente. El inconsciente viene a representar el trastero en el que se almacenan los hechos traumáticos del pasado, aquello que la persona no pudo integrar en su momento; al mismo tiempo, como se observará en el próximo apartado, al inconsciente han ido añadiéndose a lo largo del siglo XX todo lo que anteriormente había sido englobado en el mundo de la religión, las experiencias numinosas y místicas de los religiosos aventajados. Pasando la preponderancia de lo esencial del mundo espiritual exterior al mundo psíquico interior, la psicología, al redescubrir los enteógenos, ha utilizado estas herramientas como un medio para disolver las barreras entre mente consciente e inconsciente, entre la ocultación de traumas pasados y su nueva vivencia para poder integrarlos –entre el mundo cotidiano de la percepción sensible, y el alma que transmigra de existencia en existencia, la revisión de nuestra visión del mundo y de nuestro papel en él.
El aspecto religioso
«Apenas si debo añadir que, para ser eficaz, el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.»
Octavio Paz, citado en El paraíso de los escritores ebrios (p. 82)
En cuanto a los rituales religiosos, que consisten en llevar la percepción más allá de la conciencia individual, para trascender los límites de lo personal, puede decirse de todo a la vez que muy poco. Las personas que han vivido este tipo de experiencias suelen referirse a ellas diciendo que ‘no hay palabras para expresarlas’. En cierto sentido, el problema no es tan sólo que no exista un vocabulario apropiado en nuestro lenguaje para categorizar el contenido de las experiencias místicas, sino que posiblemente la cuestión radica en que la naturaleza de las mismas no es convertible a lenguaje, o que este –a no ser que se utilice la forma poética-, no puede evocar los contenidos emocionales asociados a la vivencia espiritual.
Pero volviendo al prosaico mundo de los conceptos y las categorías, lo que describen los libros de antropología y ensayo sobre el tema, son encuentros con lo que Platón denominó el mundo de las ideas, que el psiquiatra suizo C.G. Jung redefinió como el mundo de los arquetipos –o si se prefiere, el espacio donde moran los dioses y las estructuras que dan forma a este mundo-. En culturas ágrafas estos contactos con los numinoso o lo invisible, se han utilizado para dar cohesión al grupo, para iniciar a sus miembros en los mitos de esa cultura y para realizar rituales colectivos que refuercen y den un mayor sentimiento de pertenencia a su cultura. Es de destacar que a un nivel más prosaico, al menos desde el punto de vista de los occidentales, en estos pueblos ágrafos los enteógenos también se han usado –y se siguen usando- como un medio para localizar zonas en las que haya una buena caza, para conocer la situación personal de familiares que se encuentran alejados del poblado o para localizar pertenencias extraviadas.
Aunque nos hayamos referido a culturas primitivas (usamos aquí el término primitivas en el sentido de originales) para referirnos al uso espiritual de los enteógenos, existen varios indicios de que en culturas como la hindú o la budista, así como la cristiana, también se han usado de forma muy velada estos vehículos para explorar el mundo espiritual que han reflejado en varios de sus escritos místicos sobre su concepción del mundo.
A estos tres tipos de uso de los enteógenos, el lúdico, el terapéutico y el místico, cabría añadir también los rituales de iniciación, que se han practicado en innumerables sociedades y que consisten en romper con una visión del mundo que se considera caduca para nacer a una nueva visión más adecuada a las nuevas responsabilidades o roles sociales del individuo. Estos rituales se han llevado a cabo principalmente en dos tipos de momentos de la vida de una persona. Primeramente se han llevado cabo en el período de transición de la infancia a la vida adulta, cuando el joven llega a la pubertad y ha de dejar el mundo de los juegos, del vivir al amparo de sus progenitores, para pasar a asumir responsabilidades entre el mundo de los adultos –por ejemplo, empezando a conseguir su propia caza, a formar una familia y tener cuidado de su propia vida y participar en los quehaceres colectivos de su poblado-. En el segundo caso los rituales iniciáticos se han dado en momentos de transición y entrada a una profesión nueva, sobretodo al oficio del chamán, la persona que entrando en contacto con el mundo anímico de la naturaleza hace de puente entre este y los miembros de su población para sanar o para armonizar la vida de las personas con el entorno. Un caso más ‘civilizado’ vendría a ser representado por la Grecia clásica, en el que las ceremonias colectivas llevadas a cabo en el templo de Eleusis, dedicado a las diosas Démeter y Perséfone, suponían una iniciación al conocimiento de los secretos del mundo místico oculto a la vida cotidiana.
Para terminar con esta sección, remarcar que no existe línea divisoria entre esta clasificación que acabamos de exponer. Si lo hemos relatado así es para dar una idea más clara de cada uno de las clases de vivencias que pueden presentarse en una sesión enteogénica, pero a la hora de la verdad todos ellas pueden sucederse durante una experiencia. El flujo de la sesión puede tomar los senderos que en cada momento le plazca, sin tener en cuenta los deseos del psiconauta; como observan los textos de la psicología transpersonal, existe dentro de cada persona un curador interior, o un guía, que tomará la en cada momento el camino que juzgue más oportuno para cada cual dependiendo del contexto en el que se realice la sesión o la situación personal del navegante. Lo que ha de hacer este no es más que dejarse llevar por lo que acontezca y aceptar, con precauciones pero sin resistirse, a la naturaleza de la experiencia. No hay nada más equívoco que el esperar tal o cual cosa de una sesión, puesto que el mantener la atención fija en una esperanza mental no dejará espacio para lo que se presente a la hora de la verdad.
Hojeando la vasta literatura disponible sobre los enteógenos, puede extraerse la conclusión de que desde tiempos remotos estas sustancias han venido empleándose en tres tipos de quehaceres del ser humano, tan básicos como el aspecto lúdico, el terapéutico y el ámbito espiritual.
El uso lúdico
Por aspecto lúdico nos referimos al gozar de la experiencia/existencia, del compartir un espacio mágico de tiempo con personas próximas, el contemplar una puesta de sol o un amanecer, una lar de fuego o escuchar música reposada. Este tipo de experiencias suelen llevarse a cabo con una dosis de hongos más pequeña que en las experiencias de tipo terapéutico o místico, pues con dosis medias o altas es difícil él poder mantener una mínima coordinación del cuerpo, seguir una conversación amigable o simplemente contemplar con serenidad un paisaje natural.
Aunque suele suponerse que este tipo de experiencias suelen llevarse a cabo sólo entre individuos de cultura occidental, Jonathan Ott ha comentado que en sus viajes enteobotánicos varios ‘chamanes’ le han confirmado que ellos también usan los enteógenos con propósitos similares, sin más intención que compartir un espacio común, sin tener en estas sesiones intenciones terapéuticas o religiosas.
El empleo terapéutico
En cuanto al uso terapéutico cabe distinguir entre la visión que de este tiene el mundo arcaico y la que encontramos en el mundo moderno. En la concepción chamánica del mundo los desarreglos en la salud de las personas siempre vienen ocasionados por una falta de harmonía entre el ser y el entorno –o si se quiere, entre la persona y su propio centro psíquico-. El papel del chamán –que suele ser el participante que ingiere la sustancia- será el tratar de utilizar el estado ampliado de consciencia para entrever los motivos que han llevado al enfermo a su estado de desarmonía actual. Ya sean hechizos de otros chamanes, o traiciones a la propia palabra, inobservancia de tabúes de su sociedad o inadecuaciones a un nuevo entorno, el chamán, mediante cantos, invoca a sus espíritus aliados y obtiene un diagnóstico para tratar esta enfermedad. Mediante rituales y plegarias, aspirando el mal del cuerpo del paciente, recetando las plantas medicinales apropiadas, ofrecerá el veredicto que del mundo espiritual le arribe.
Si en el mundo arcaico es el chamán que ingiere el preparado enteogénico, en la práctica de la psicoterapia con psiquedélicos en el mundo occidental es el ‘paciente’ quien atravesará la experiencia. Este diferencia tan curiosa viene ocasionada por varios motivos. El primero de todos puede ser la interrupción del uso y el conocimiento de los enteógenos por la cultura occidental, un olvido que ha permitido redefinir su empleo una vez estas plantas han vuelto a la actualidad. Así, el traslado de la población a núcleos urbanos, alejados del entorno natural de bosques y selvas, en las que es más propicio el recrear un universo de espíritus y establecer contacto con los mismos, ha perdido este contacto; otro motivo puede ser el empleo de sustancias químicas 'neutras', en vez de plantas como el peyote, San Pedro, hongos o la ayahuasca, que en las culturas arcaicas se les atribuía un espíritu que participaba en la sesión, guiando al chamán. Un tercer motivo para tal diferencia puede ser la base filosófica sobre la que se ha asentado la psicología: a finales del XIX y principios del XX se creó el concepto de la mente inconsciente. El inconsciente viene a representar el trastero en el que se almacenan los hechos traumáticos del pasado, aquello que la persona no pudo integrar en su momento; al mismo tiempo, como se observará en el próximo apartado, al inconsciente han ido añadiéndose a lo largo del siglo XX todo lo que anteriormente había sido englobado en el mundo de la religión, las experiencias numinosas y místicas de los religiosos aventajados. Pasando la preponderancia de lo esencial del mundo espiritual exterior al mundo psíquico interior, la psicología, al redescubrir los enteógenos, ha utilizado estas herramientas como un medio para disolver las barreras entre mente consciente e inconsciente, entre la ocultación de traumas pasados y su nueva vivencia para poder integrarlos –entre el mundo cotidiano de la percepción sensible, y el alma que transmigra de existencia en existencia, la revisión de nuestra visión del mundo y de nuestro papel en él.
El aspecto religioso
«Apenas si debo añadir que, para ser eficaz, el empleo de las sustancias alucinógenas ha de insertarse en una visión del mundo y del trasmundo, una escatología, una teología y un ritual. Las drogas son parte de una disciplina física y espiritual, como las prácticas ascéticas.»
Octavio Paz, citado en El paraíso de los escritores ebrios (p. 82)
En cuanto a los rituales religiosos, que consisten en llevar la percepción más allá de la conciencia individual, para trascender los límites de lo personal, puede decirse de todo a la vez que muy poco. Las personas que han vivido este tipo de experiencias suelen referirse a ellas diciendo que ‘no hay palabras para expresarlas’. En cierto sentido, el problema no es tan sólo que no exista un vocabulario apropiado en nuestro lenguaje para categorizar el contenido de las experiencias místicas, sino que posiblemente la cuestión radica en que la naturaleza de las mismas no es convertible a lenguaje, o que este –a no ser que se utilice la forma poética-, no puede evocar los contenidos emocionales asociados a la vivencia espiritual.
Pero volviendo al prosaico mundo de los conceptos y las categorías, lo que describen los libros de antropología y ensayo sobre el tema, son encuentros con lo que Platón denominó el mundo de las ideas, que el psiquiatra suizo C.G. Jung redefinió como el mundo de los arquetipos –o si se prefiere, el espacio donde moran los dioses y las estructuras que dan forma a este mundo-. En culturas ágrafas estos contactos con los numinoso o lo invisible, se han utilizado para dar cohesión al grupo, para iniciar a sus miembros en los mitos de esa cultura y para realizar rituales colectivos que refuercen y den un mayor sentimiento de pertenencia a su cultura. Es de destacar que a un nivel más prosaico, al menos desde el punto de vista de los occidentales, en estos pueblos ágrafos los enteógenos también se han usado –y se siguen usando- como un medio para localizar zonas en las que haya una buena caza, para conocer la situación personal de familiares que se encuentran alejados del poblado o para localizar pertenencias extraviadas.
Aunque nos hayamos referido a culturas primitivas (usamos aquí el término primitivas en el sentido de originales) para referirnos al uso espiritual de los enteógenos, existen varios indicios de que en culturas como la hindú o la budista, así como la cristiana, también se han usado de forma muy velada estos vehículos para explorar el mundo espiritual que han reflejado en varios de sus escritos místicos sobre su concepción del mundo.
A estos tres tipos de uso de los enteógenos, el lúdico, el terapéutico y el místico, cabría añadir también los rituales de iniciación, que se han practicado en innumerables sociedades y que consisten en romper con una visión del mundo que se considera caduca para nacer a una nueva visión más adecuada a las nuevas responsabilidades o roles sociales del individuo. Estos rituales se han llevado a cabo principalmente en dos tipos de momentos de la vida de una persona. Primeramente se han llevado cabo en el período de transición de la infancia a la vida adulta, cuando el joven llega a la pubertad y ha de dejar el mundo de los juegos, del vivir al amparo de sus progenitores, para pasar a asumir responsabilidades entre el mundo de los adultos –por ejemplo, empezando a conseguir su propia caza, a formar una familia y tener cuidado de su propia vida y participar en los quehaceres colectivos de su poblado-. En el segundo caso los rituales iniciáticos se han dado en momentos de transición y entrada a una profesión nueva, sobretodo al oficio del chamán, la persona que entrando en contacto con el mundo anímico de la naturaleza hace de puente entre este y los miembros de su población para sanar o para armonizar la vida de las personas con el entorno. Un caso más ‘civilizado’ vendría a ser representado por la Grecia clásica, en el que las ceremonias colectivas llevadas a cabo en el templo de Eleusis, dedicado a las diosas Démeter y Perséfone, suponían una iniciación al conocimiento de los secretos del mundo místico oculto a la vida cotidiana.
Para terminar con esta sección, remarcar que no existe línea divisoria entre esta clasificación que acabamos de exponer. Si lo hemos relatado así es para dar una idea más clara de cada uno de las clases de vivencias que pueden presentarse en una sesión enteogénica, pero a la hora de la verdad todos ellas pueden sucederse durante una experiencia. El flujo de la sesión puede tomar los senderos que en cada momento le plazca, sin tener en cuenta los deseos del psiconauta; como observan los textos de la psicología transpersonal, existe dentro de cada persona un curador interior, o un guía, que tomará la en cada momento el camino que juzgue más oportuno para cada cual dependiendo del contexto en el que se realice la sesión o la situación personal del navegante. Lo que ha de hacer este no es más que dejarse llevar por lo que acontezca y aceptar, con precauciones pero sin resistirse, a la naturaleza de la experiencia. No hay nada más equívoco que el esperar tal o cual cosa de una sesión, puesto que el mantener la atención fija en una esperanza mental no dejará espacio para lo que se presente a la hora de la verdad.
La muerte del ego.